jueves, 22 de mayo de 2014

TEORÍAS SOBRE EL PORQUE ENVEJECEMOS

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Las evidencias científicas nos explican de manera bastante fiable cual es el proceso de envejecimiento, otra cosa es que nos expliquen de manera fiable cual es el desencadenante del proceso en cuestión ya que parece ser que en cada persona, los condicionantes genéticos tienen mucho que decir al respecto. 

Las últimas tendencias científicas incluso apuntan a que los aspectos medioambientales no tienen tanta influencia en el proceso del envejecimiento como se pensaba. La realidad es que el estudio del envejecimiento biológico incluye diferentes vertientes de estudio que van desde la biología a la genética y de la prevención a la farmacología pasando por la nutrición y el ejercicio físico y mental. 

La mayoría de teorías que razonan el por qué del envejecimiento humano están actualmente en estudio y constituyen un vivo debate médico-científico del que las empresas farmacéuticas, clínicas médicas y también empresas cosméticas y de suplementación alimentaria no quedan al margen.  Seguramente varias de estas teorías son ciertas, o tal vez el conjunto de todas ellas ya que el envejecimiento en si mismo es un acontecimiento progresivo y multicasual que se acelera o ralentiza en función asimismo de múltiples factores.





Una teoría muy aceptada es la de los radicales libres y las mitocondrias.  En nuestro cuerpo, se suceden constantemente movimientos, procesos metabólicos e incluso procesos eléctricos que en conjunto podríamos decir que forman parte de la vida diaria ya que de hecho son la materialización de la vida. Durante el desarrollo de todos estos procesos, se producen radicales libres, que son moléculas con uno o más electrones no pares que van girando en torno a su espacio orbital externo. 

El hecho de que este átomo o molécula posea electrones impares “dando vueltas” buscando pareja, lo convierten en un “individuo” tremendamente inestable químicamente hablando. Esta situación de inestabilidad, le fuerza a intentar robarle la pareja al primero que encuentra, es decir, a otra molécula. Cuando lo consigue, altera la estructura química de la molécula vecina convirtiéndola a su vez en un radical libre igualmente desesperada por robar electrones al primero que encuentre… de esta forma se sucede una reacción en cadena que puede tornarse especialmente problemática cuando se generan radicales libres en exceso, algo que ocurre en situaciones de máximo estrés, exposición a la contaminación,  exceso de alimentación (por la contínua digestión de alimentos) y exceso de ejercicio cardiovascular (hiperoxia), en este estupendo trabajo de Gustavo Barja de Quiroga encontraréis información al respecto. Aunque esto último es defendido por algunos expertos en base a una suerte de mecanismos reparadores que funcionan de forma más eficiente en el caso de los deportistas.



Los radicales libres atacan directamente a los ácidos nucleicos, estructuras proteícas y lípidos ocasionando de forma progresiva, microlesiones celulares que poco a poco nuestro organismo repara. 

El problema sucede cuando el disbalance entre ataque y reparación no está equilibrado o bien cuando alguno de los mecanismos de reparación no funciona correctamente bien por causas internas o bien por llevar   -por ejemplo- una alimentación incorrecta o pobre el alimentos vegetales. Parece ser que la falta de ejercicio físico y el exceso de calorías en la alimentación, favorece la creación de radicales libres, según una investigación llevada a cabo por el Centro de Investigación Biomédica Pennington de Luisiana (EE. UU.) y presentado en la revista científica electrónica PLoS Medicine. 

Es interesante destacar que no siempre los radicales libres son perjudiciales. En ocasiones, el cuerpo los genera para combatir y luchar contra ciertos tipos de virus y bacterias. Para neutralizar su exceso, el metabolismo fabrica de forma natural ciertas enzimas como la catalasa o la dismutasa.



El entresijo médico-científico de esta teoría incluye términos complejos que no ayudarán al lector a comprender esta teoría en toda su extensión. Lo cierto es que se trata de una teoría consolidada pero que tampoco ofrece respuestas axiomáticas a las razones del envejecimiento. Lo que si queda razonablemente demostrado, es que los radicales libres, atacan al ADN mitocondrial disminuyendo entre otras, sus capacidades para sintetizar proteínas o realizar la formación de ATP (adenosín trifosfato) involucrado en la combustión energética, y que en todo el proceso de producción de energía existen transferencias de electrones entre las moléculas de nuestro cuerpo y producción de productos de deshecho que a su vez, -en conjunto- crean más radicales libres. 

Nuestro organismo, como si de un ejercito se tratara, crea diferentes “soldados” para defenderse de estos radicales libres mediante procesos enzimáticos (superóxido dismutasa, glutatión reductasa etc.) se trata de las enzimas anti-oxidantes a las que podemos ayudar de una forma muy simple: no añadiendo soldados al ejercito enemigo (fumar, estrés, alimentación poco variada e insana…) y coadyudando mediante una dieta rica en frutas y verduras ricas en sustancias anti-oxidantes. 

Algunas corrientes científicas apuntan a que en condiciones normales, el intercambio de electrones mitocondriales hace que se pierda un tanto por ciento de los electrones transportados y que puede llegar al 5%, este tanto por ciento puede ser neutralizado por nuestro organismo de forma natural, pero que cuando este tanto por ciento aumenta, el disbalance comienza a jugar a favor del enemigo. Las mitocondrias más viejas van perdiendo también su estanqueidad liberando más radicales libres con lo que el proceso vuelve a comenzar. Estas fugas fortuitas de radicales libres, están además directamente relacionadas con procesos inflamatorios que generalmente se atribuyen a la edad. Muchos especialistas sostienen que el daño directo a la mitocondria es el responsable de la pérdida paulatina de “energía vital” que sobreviene con el paso de los años.






Otra teoría científica muy extendida es la de “El límite Hayflick” y el acortamiento de los telómeros, que explica que las células se dividen un número determinado de veces y que este número es diferente en cada especie. En el caso de los humanos, este número de divisiones máximas está establecido aproximadamente en unas 50 veces tras las cuales se sucede la llamada, apóptosis o “muerte programada” de la célula. Los defensores de esta teoría, argumentan que es absolutamente inviable intentar llevar al cuerpo más allá de su programación genética, no obstante, los oncólogos por ejemplo, trabajan en esta línea de estudio para conseguir combatir patologías como el cáncer, que tiene la capacidad de divisionar células de forma virtualmente infinita. Algunas especies como las tortugas por ejemplo, tienen “límites Hayflick” muy superiores, de ahí su mayor longevidad.


La pregunta es: ¿Cuál es el reloj que determina cuántas veces debe dividirse una célula? Bien, justo ahí comienza otra teoría llamada la teoría de los telómeros. Los telómeros son las fracciones terminales de los cromosomas cuyo núcleo se forma por las cadenas de ADN que todos hemos visto ilustradas en alguna ocasión. Imaginemos que esta cadena es un cordón de zapato, bien, pues el telómero, vendria a ser ese borde plastificado del final del cordón. Parece ser, que en cada duplicación o replicación celular, la enzima denominada telomerasa que es de alguna forma la encargada de “replicar” esta última fracción, no lo hace completamente, es como si copiáramos un disco duro vaias veces y en el transcurso de esta copia fuéramos perdiendo alguna información y dejando pequeñas secuencias sin copiar. Al final de cuarenta o cincuenta divisiones celulares, como ya no queda ADN telomérico, se produce la apóptosis y la célula se destruye. Podríamos decir, que los telómeros hacen las veces de reloj biológico.

También hay líneas de investigación relativamente recientes que abogan por una especie de proceso de toxicidad progresiva de las membranas celulares: a medida que pasan los años, nuestras células van acumulando una sustancia denominada lipofucsina y que aparece a raíz de la oxidación de los ácidos grasos de las membranas celulares. Poco a poco, el espacio intracelular es cada vez más restringido y la célula entra en un tipo de colapso que le limita para realizar sus funciones básicas debido a esta invasión progresiva del espacio intracelular y origina el envejecimiento de la célula. 

Esta teoría va muy de la mano de la de los radicales libres, pues son precisamente estos los que producen la oxidación de los ácidos grasos de las membranas celulares y promueven la producción de lipofucsina. Esta sustancia que no es más que un deshecho celular se visualiza claramente en forma de esas manchitas amarronadas que aparecen el el dorso de la mano de las personas mayores. Lo preocupante es que parece ser que este residuo que adopta la forma de un pigmento, no solamente se acumula en la piel sino también en las paredes celulares de todo el organismo y aunque su presencia denota el paso del tiempo sobre el organismo, la teoría de que se trata de un desperdicio que de forma gradual va intoxicando nuestras células y de momento, sólo eso, una teoría ya que no existen afirmaciones científicas que avalen que realmente es así. Esta sustancia, la lipofucsina, se genera a favor de una suerte de procesos oxidativos que mediante diferentes procesos químicos complejos, generan residuos insolubles que se adhieren principalmente a órganos como la piel, el cerebro, el corazón o el hígado.




He nombrado solamente algunas de las teorías sobre por que envejecemos. La realidad es que hay muchas más y que podemos contarlas por cientos, sin embargo, aún teniendo en cuenta de que desde el punto de vista científico, muchas de ellas no solo son defendibles sino absolutamente incuestionables, el ciudadano de a pié posiblemente no tendrá capacidad para gestionar esta información. Potencialmente es más efectivo -y esto es innegable-, dejar de fumar y hacer ejercicio físico de forma controlada y regular, que preocuparse por el entrecruzamiento de las proteínas, si bien es cierto que la medicina puede y debe investigar sobre estos procesos directamente relacionados con las arrugas o patologías como la arteriosclerosis.

Como podemos observar, las teorías sobre el envejecimiento, que han sido desarrolladas desde los años 60 mediante cultivos de laboratorio y otras técnicas, han generado muchas respuestas pero también han dado lugar a muchos descubrimientos que a su vez han generado nuevas preguntas. Sea como fuere, existen diferentes líneas de investigación en torno al proceso de envejecimiento que a su vez se están aplicando en otros campos. El descubrimiento de los telómeros, por ejemplo, ha abierto nuevos campos de trabajo en el ámbito de la genética o la oncología. En estos momentos, la biogerontología o el estudio del envejecimiento humano pasa en términos científicos por estudiar malformaciones tumorales, Parkinson, Alzheimer, patologías neurodegenerativas y cardiovasculares, cáncer y otras enfermedades que también antes existían pero sencillamente no daba tiempo a que se manifestaran.


Lo que si parece demostrado es que la restricción calórica, es decir, limitar la cantidad de alimentos que ingerimos aumenta la prolongación de la vida, ya que parece ser que el exceso de calorías incrementa el ritmo metabólico, incluido el ritmo de oxidación. Algunos experimentos con ratones e incluso con monos, apuntan hacia una esperanza de vida incrementada hasta en un cincuenta por ciento. Los estudios revelan que la restricción calórica causa una disminución en los niveles de glucosa e insulina en sangre interviniendo el tándem, hormona de crecimiento e IGF-1. De hecho la restricción calórica ralentiza el metabolismo como sistema de defensa ante la posibilidad de quedarse sin reservas demasiado rápido en una situación de peligro en encontrar alimento. Se trata de un sistema muy empleado en el mundo animal durante los periodos de hivernación en donde casi todos los procesos vitales son casi desconectados a la espera de un tiempo mejor y de la garantía del alimento. 

Otros científicos están basando sus estudios en el terreno hormonal, prestando especial atención a la insulina y la IGF-1 de la que he hablado anteriormente ya que parece ser que algunas de las principales patologías que padecen los diabéticos a merced de los estragos que produce la presencia de azúcar en sangre están también directamente relacionadas con el envejecimiento, con la obesidad, la arteriosclerosis, las cataratas, o con diversas patologías cardíacas en base a las mutaciones que parecen sufrir las cadenas proteicas al entremezclarse con los azúcares y que dan lugar a unos compuestos capaces de dañar nuestras cadenas de ADN.

Todo esto apunta a la estrechísima relación existente entre la producción de energía y la eliminación de residuos como la lipofucsina y las reacciones quimio-biológicas que se crean entre las proteínas y la glucosa, ya que estas reacciones están presentes en todos los seres humanos pero su alteración por exceso o por defecto, es decisiva en la aparición de esas patologías, de hecho, una de las mutaciones que aparecen en las cadenas proteicas es la responsable de la aparición de cataratas.. Seguramente, en los próximos años, la medicina anti-envejecimiento y la gerontología continuarán investigando en el papel que juega la insulina y otras hormonas interactuantes con ella, en relación a la esperanza de vida ya que todo parece indicarnos que un exceso de azúcar en sangre acelera los procesos de envejecimiento., aunque todo lo expuesto es -otra vez- una teoría.





Una vez expuesto todo esto, es necesario aclarar que geriatría y medicina anti-envejecimiento son términos distintos. La geriatría se ocupa de atenuar las patologías físicas y mentales de las personas de la tercera edad, proporcionándoles recursos médico-sanitarios para su mejor atención. La medicina anti-envejecimiento debería ocuparse -desde mi punto de vista-principalmente a buscar remedios contra la tendencia que tenemos de autoagredirnos. Por ello creo mucho más en el concepto pro-aging que nos es más que maximizar las pautas preventivas de las que tanto he hablado a lo largo de los diferentes capítulos. 

Para ello es imprescindible comenzar cualquier programa de salud con una premisa fundamental: tener la voluntad de mejorar, lo que de forma implícita conlleva amar la vida. La cruda realidad es que actualmente no hay ningún producto, fármaco o planta que haya demostrado en términos científicos que pueda alargar la vida. Todo son teorías apoyadas en verdades a medias. Lo que si es absolutamente cierto es que no dañarse y llegar a la vejez en las mejores condiciones posibles es una garantía, posiblemente no para vivir más, pero seguro que si para vivir nuestro tiempo de vida, no para sufrirlo.



Los programas "Anti-Aging"

Diferentes clínicas privadas en nuestro país ofrecen programas anti-envejecimiento. Se trata de programas que buscan ralentizar los procesos propios de la vejez y el deterioro orgánico que ello conlleva mediante diferentes estrategias que varían enormemente de un programa a otro. Algunos mezclan conceptos nutritivos con suplementos alimenticios destinados a absorber mejor ciertos nutrientes e incluso a mejorar los procesos digestivos, otros hacen más hincapié en la realización de ejercicios físicos y mentales… en los Estados Unidos, esta tendencia está muy desarrollada y se ha convertido en una industria floreciente que genera cantidades enormes de beneficios a las empresas que crean todos estos productos. 

Sin embargo, los factores que hacen que una persona envejezca podrían parecer comunes a todo el mundo (de hecho es así en cuanto a los patrones científicos del envejecimiento), pero la realidad es que los hábitos de vida durante la juventud determinarán en gran medida el como vamos a percibir nuestra progresiva entrada en la madurez, por eso, cada persona percibirá la vejez de forma diferente. Por enésima vez, la masa muscular, establecerá junto con el tándem formado entre la hormona del crecimiento y la IGF-1 hepática de la que hemos hablado anteriormente gran parte de la calidad o  no calidad de vida de la que vamos a disfrutar o a padecer a partir de edades mas o menos avanzadas.

Por todo ello, ciertos programas incluyen tratamientos de apoyo hormonal como suministrar IGF-1 buscando que el equipo formado entre la IGF-1+ HGH mantenga niveles de masa muscular suficientes (incluso incrementarlos) como para mantener a raya el porcentaje adiposo (la HGH tiene una acción lipolítica), y mantener ciertas funciones directamente relacionadas con la masa muscular como la conservación de las unidades motoras que conservan los patrones de movimiento y facilitan la conservación del equilibrio y por tanto de la independencia física. 


Cuantas menos unidades motoras tengas, menos fuerza de contracción posees. Y esto que puede parecer irrelevante en un músculo como un bíceps, es importante para músculos en los que su contracción (refleja o inducida) involucra a vértebras (como en el caso de los erectores espinales o los multífidos vertebrales) y por tanto a nuestros niveles de equilibrio, la postura o la estabilidad corporal. 

Esto es muy evidente en personas de cierta edad que por sedentarismo han perdido gran parte de sus UM: son mucho menos independientes físicamente, tienen menos equilibrio y menos coordinación. Este sistema, revierte los efectos de la llamada “somatopausia” que vendría a ser el equivalente de la menopausia femenina. Una de las bases fundamentales de este tipo de programas es la conservación de esta hormona pues esta interviene en diferentes procesos de reparación de nuestro organismo y está por tanto directamente implicada en las señales que el envejecimiento deja sobre nuestro organismo: aumento de la grasa corporal, pérdida de elasticidad en la piel, pérdida de masa muscular…

Mi experiencia en este tipo de programas me dice que todos estos sistemas sirven de bien poco cuando la base sobre la que trabajamos (el cuerpo y la mente) ya están demasiado dañados como para conseguir revertir ciertos efectos que los malos hábitos y el envejecimiento prematuro hayan podido comenzar a causar, por eso recomiendo encarecidamente que comencemos un programa pro-aging con treinta años… un programa que durará en el mejor de los casos unos sesenta años más. 




Y digo esto, porque la ciencia y los diferentes estudios están demostrando que los niveles de hormona del crecimiento continúan manteniéndose en niveles altos en personas deportistas pasados los cincuenta, con sus consiguientes efectos sobre el sistema metabólico, cardiovascular y evidentemente inmunológico. Dicho esto, podría parecer que una ayuda exógena de HGH podría ser la mejor solución para mantenerse joven, pero hay que pensar que si a un coche utilitario le ponemos hidrógeno en vez de gasolina, esto no le hará cambiar sus suspensiones, su motor o su aerodinámica… sus mecanismos internos serán los mismos, igual que nuestro organismo y por tanto, muy probablemente, tan eficiente en metabolizar los alimentos y en interpretar el ejercicio físico como los hayamos acostumbrado durante nuestras primeras etapas de vida. Por otra parte, un exceso a la exposición de HGH provoca una cierta intolerancia a los carbohidratos y puede desembocar en un problema de diabetes mellitus.

Por eso creo que no hay mejor hormona que la tuya propia, puesto que aunque es cierto que a partir de ciertas edades (probablemente cerca de los cuarenta o cuarenta y cinco años) nuestra hormona del crecimiento se reduce en valores de hasta el cincuenta o sesenta por ciento, un metabolismo eficiente en realizar los procesos energéticos, con una masa muscular aceptable, y un cuerpo sano y con índices no sobreelevados de grasa corporal mantendrá incluso con menos cantidad de HGH, niveles de salud e independencia física muy superiores a la media. 

Por otra parte, la comunidad científica está dividida entre la parte terapéutica y la comercial, por lo que encontramos a médicos que apoyan los tratamientos hormonales sustitutivos y otros que los rechazan. Por mi parte y contando con la aprobación de muchos médicos especialistas en medicina preventiva y anti-aging, creo firmemente que sencillamente tomar una “actitud protectora” y con visión de futuro sobre nuestro organismo y también sobre nuestra mente, es la base principal de la medicina anti envejecimiento.

Creo que a falta de información más imparcial, los posibles efectos secundarios -que los hay- de este tipo de tratamientos, me refuerzan en la idea de que hay que esperar a tener datos más concretos, por lo que este tipo de programas deberían orientarse hacia el reforzamiento de la salud y bajo el pilar fundamental del ejercicio físico y la interpretación clara y objetiva de aquellos hábitos erróneos de vida que afectarán tarde o temprano a tu salud y de forma tan potente que la mayoría de terapias hormonales resultarán ineficaces. Por todo esto creo firmemente en que los asesores de salud debemos trabajar más en la prevención mediante conocimientos muy claros y mediante el apoyo de otros profesionales, generalmente médicos, que interpreten las necesidades de cada persona. 





Otros tratamientos menos radicales se centran en activos orales que pueden ser facilitadores o precursores de la hormona del crecimiento pero -como siempre-, los argumentos comerciales, a veces apoyados por ciertos médicos que por descontado obtienen beneficios económicos, se distancian demasiado de los argumentos médico-científicos que continúan investigando y afirmando que existen todavía efectos secundarios que no controlamos y vinculados a la tolerancia y a las dosis de estos tratamientos. Nadie pone en duda la eficacia de ciertos tratamientos en los que la farmacología está ampliamente comprobada en cuanto a efectos secundarios y prescripción. No obstante, cuando un tratamiento tiene que “venderse” y la confianza que te genera el médico es la diferencia entre acceder al tratamiento o no, entonces estamos hablando de marketing, no de ciencia.

Expresado esto, me reafirmo en lo dicho: un tratamiento anti-envejecimiento debería basarse en la prevención y por ende en la formación del paciente o cliente en identificar primero QUE le daña y posteriormente proporcionarle las herramientas de cambio y contraataque que hayan demostrado ser eficaces. 

De momento, las únicas herramientas de utilidad irrebatible son comer adecuadamente, hacer ejercicio físico y eliminar los factores de riesgo. También es importante destacar que esta responsabilidad es nuestra, y que la vida, o la naturaleza, hablando en términos evolutivos, poco nos ayudará a ser más fuertes y resistentes pasada cierta edad, puesto que una vez llegados a los veinte o veinticinco años, reproductivamente ya deberíamos haber cumplido nuestro papel, por lo que nuestros sistema hormonal, capacidad física y sistema inmunitario irá perdiendo facultades de forma progresiva.

Por de pronto, una buena opción junto con el ejercicio físico regular y el control del estrés es llevar una alimentación rica en frutas, verduras, hortalizas y pescado. El pescado, tiene aparte de ácidos grasos Omega-3 (que es además un valioso anti-inflamatorio), hidroxitirisol un poderoso antioxidante también presente en el aceite de oliva virgen y el aceite de hígado de bacalao. La importancia de los ácidos grasos procedentes del pescado, son tremendamente importantes también en el desarrollo del cerebro.



¿Son fiables estos tratamientos?

Es difícil dar un criterio neutral sin parecer partidista a favor del sector médico o bien sin ponerme en contra de algunos de ellos. Lo que también es absurdo es que a estas alturas mida mis palabras cuando hace ya varios años que algunos habrán optado por opinar que soy un extremista y otros (menos mal) por mejorar sus hábitos o reafirmarse en sus buenas costumbres. Desde mi perspectiva, lamento decir que muchos pacientes acuden al especialista anti-aging con el fin de “pasarle el testigo” de su propia responsabilidad, como si la golosa imagen del marketing médico tuviera la capacidad suficiente como para predecir y antecederse a algunas de las peores patologías a las que podría enfrentarse en el futuro. 

La realidad es sencillamente que si uno no ama la vida ningún sistema, ningún producto y ningún médico conseguirá mejorarla. La verdadera esencia del anti-aging (o del ansia de perdurar como dice mi amigo) es precisamente eso: intentar que la búsqueda de la perdurabilidad nazca desde dentro. De lo contrario, el mejor de los programas anti envejecimiento será un arma inútil.

Un verdadero programa anti-aging debe ser ante todo un programa formativo capaz de brindarle -al paciente voluntarioso y aplicado- las herramientas suficientes como para ir modificando de forma progresiva su modo de vida e ir incluyendo también poco a poco diferentes mejoras que repercutan en su salud. Estas mejoras se hacen en base a los indicadores y biomarcadores que quedan reflejados en estos programas. Estos marcadores biológicos, genéticos, predictivos (según historial familiar), psicológicos etc. lo único que hacen es poner al alcance del profesional la suficiente información como para evaluar el estado actual del individuo con el fin de diseñar “el plan de ataque” apropiado, pero la eficiencia del programa en si mismo depende al cien por cien de la capacidad del paciente, no solo de comenzarlo sino también de continuarlo a lo largo de su vida.

Estos cambios implican a su vez modificaciones en los hábitos de vida del paciente, por eso, se hace siempre incidencia en que estos cambios se realicen de forma paulatina y en donde la inclusión de nuevos hábitos tengan importancia preferente. De otra forma, ocurriría como ocurre siempre: intentar cambiar la vida del paciente no suele ser efectivo, por lo que es mejor ir añadiendo micro-cambios que a su vez sirvan de detonante para cambios más profundos. 





El ejercicio físico es un buen ejemplo de ello: no es bueno ni saludable salir a correr durante una hora de forma intensa dos días a la semana. Es mejor salir a caminar de forma vigorosa durante veinte o treinta minutos cuatro días a la semana. Es primordial que cualquier programa anti-envejecimiento promueva que el paciente tenga una reconciliación con la actividad física. 

Un poco de ejercicio físico puede a veces no ser efectivo en términos de gasto calórico, pero cuando el paciente o cliente tiene la voluntad de mejorar, este tiene un efecto “vírico” (haciendo un símil) muy bueno, contaminando de forma positiva el resto del organismo con la sana costumbre que representa que el cuerpo haga precisamente aquello para lo que está diseñado: moverse. Una vez asumido un posicionamiento de cambio, creo que un buen programa anti-aging realizado por profesionales médicos especializados y de renombre, puede ser un estupendo punto de partida para acceder y gestionar las herramientas de la salud que comentaba anteriormente.


A lo largo de muchos años haciendo ejercicio y haciendo que los demás hagan ejercicio, he tenido también la oportunidad de observar como espectador como personas absolutamente ajenas y desconocidas se ponían en forma. Y curiosamente, estas personas no son grandes deportistas, no participan en pruebas atléticas ni llevan espectaculares equipos… uno de estos ejemplos lo veo varias veces a la semana en la Carretera de les Aigues en Barcelona. Se trata de un señor de unos sesenta y tantos años con un aspecto físico envidiable incluso por personas con la mitad de sus años. Suele trotar con un perro negro, se para en la fuente, bebe, y conversa con algunas personas. Pasados unos minutos, vuelve a trotar un poco, luego camina intensamente y a veces les grita ánimos a las chicas cuando las ve pasar, (seguramente lo hace con buena intención). Es fácil verlo en días soleados sin camiseta disfrutando del Sol (un buen protector solar sería recomendable) pero también lo he visto en días nublados y lluviosos, de hecho, siempre que subo a la Carretera de les Aigues, (y subo mucho), suelo verlo, siempre en compañía de su perro -es más feliz este perro que algunas personas- y en ocasiones con un amigo. 

Presiento que este señor ama la vida, seguramente come correctamente pues su cuerpo es probablemente un espejo bastante fiel de sus costumbres… y otro detalle me indica que este hombre es feliz: siempre sonríe. No sé que indicadores aparecerían en los análisis de un programa anti-aging, lo que si sé es que dentro de treinta años quiero ser como ese señor.



Luis Perea

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